Cartulino fue mi buen gran amigo conejo. Pesaba casi un kilo y medio, medía menos de 30 centímetros. Vivió poco más de tres años. Me enseñó muchas cosas, que solo él podía explicarme: «La vida de un animal de presa», nosotros somos depredadores, por eso nuestros ojos se encuentran al frente, los de ellos en los laterales para ver casi 360º y así estar atentos y cuidarse.
Cartulino olía a hierba, a pelo limpio y fresco, practicamente no huelen a nada para no llamar la atención, pero cuando convives con ellxs, reconoces su aroma, así como ellxs el tuyo. Cuando corren y camina no hacen ruido, por eso siempre acabas tropezando con sus cuerpecillos.
Con el tiempo y si les cuidas, les quieres, te consideran de su manada, duermen panza arriba, les tiemblan los mofletes y los bigotes en el sueño profundo, no te temen. Y si te dan lenguetazos, significa que te quieren.
Cuando pintaba o dibujaba en la mesa, a veces Cartulino se quedaba hecho bola a mi lado, cerca de mis pies. Alguna vez que me sentí mal y pasé el día en cama, el tampoco quiso merendar, solo se quedó acurrucado igual que yo.
Por las mañanas y por las tardes, corría, saltaba y jugaba. Son animales crepusculares, hacen sus actividades al amanecer y al atardecer, cuando sus depredadores duermen.
Son gregarios, por eso Cartulino y Libreta eran muy felices juntxs. Pasaban casi todo el tiempo juntxs, pero en ocasiones sabían darse sus espacios y tenían sus asuntos personalísimos que atender.
Cuando el animal presa, adopta e integra en su manada a un animal depredador como yo, demuestra que el cariño y la empatía transciende la información genética y el curso natural de la vida.
Estoy muy agradecido con Cartulino con todo lo que me enseñó y cuidó. Murió el 16 de enero del 2020. Lo recuerdo a diario…